Cuando se me ocurrió la idea de hacer un huerto estaba sola en casa… No recuerdo por qué, quizá una desacertada búsqueda en Google me llevó a esa idea… y me puse manos a la obra con muchísima ilusión.
Ya llevo tres años haciendo un huerto y el primero fue el más duro, había que empezar de cero, recopilar información, trabajar la tierra…
Primero quitamos todas las hierbas…
Mientras tanto algunas semillas iban creciendo en el semillero… Tenéis razón: creo que me pasé un poco con la cantidad de semillas por huequito. En la foto: lechugas… ¡Qué ilusión me hacía verlas crecer tan verdes y joviales!
Algo se movía bajo la tierra.
¡Cómo me fascina observar y entender cómo funciona la naturaleza! Ver como esa semilla tiene concentrada tanta vida esperando a salir… Nunca dejará de maravillarme esto de la vida…
De un día para otro me encontraba dulces sorpresas.
Como por arte de magia la vida se expandía. Hasta que un día de viento el semillero voló y solo pude recuperar algunas cosas.
Después de quitar las hierbas había que remover un poco la dura y seca tierra donde había decidido poner el huerto. Lucky y Blanqui también quedaban exhaustos después de un duro día de trabajo.
Antes de trasplantar lo que había sobrevivido a los temibles vientos, vallamos el huerto… El enemigo podría estar en casa…
Después separamos por cachitos donde plantaríamos las distintas cositas…
El trasplante a tierra abierta era una operación complicada para unas manos inexpertas.
¡El milagro volvía a suceder! Oh dios mío, eso eran… ¡zanahorias!
Pronto aquello se convirtió en una selva de zanahorias.
Fijaos qué preciosa señorita.
Creemos que fruto del fortuito vuelo del semillero una tomatera se erigió caprichosamente en mitad del pasillo.
De lo que trasplantamos, las lechugas eran lo que mejor prosperaban. Todo lo demás se iba marchitando debido a que era demasiado tarde para trasplantar…
Aún así hicimos todo lo posible, y procuramos que no tuvieran tanto sol…
Al otro lado del pasillo, la tomatera intrépida nos daba unos cherries deliciosos.
Algunos trasplantes tiraban muy bien, pero las heladas llegarían antes que sus frutos.
Esta tomatera estuvo meses sin darnos ni un tomate, solo tenía hojas y más hojas, así que dejamos de prestarle atención… Hasta que descubrimos que guardaba relucientes y sabrosos secretos…
Empezó a asomar un pimiento en el tardío verano..
Y la lechuga me decía: “¡Cómeme! Voy a reventar”… Pero yo no me atrevía, la conocía desde que era una pequeña semillita…
En resumen, después de todo el trabajo conseguí unos tomates enanos, otros enormes y unas zanahorias. Planté muchísimas cosas más, pero mi inexperiencia y desconocimiento provocó que no fuera del todo fructífero.
Pero lo mejor fue trabajar la tierra con mis manos, oler la tierra, ver que me hacía tanto bien, pasar mucho más tiempo con mis perros, observar y aprender del circo, perdón, ciclo de la vida, los primeros brotes, los primeros frutos… La increíble compañía y ayuda de mi familia y chico… Maravillarme y sorprenderme… Ver cuán fácil es intentar autoabastecernos como hacían nuestros abuelos, y ver qué poco sabemos hoy en día de la tierra, de lo que nos da absolutamente todo lo que necesitamos.
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